Garbiñe Muguruza terminó 2021 por todo lo alto. Su triunfo en las WTA Finals completaba un palmarés de ensueño: campeona en Wimbledon, campeona en Roland Garros, número uno del mundo y ahora, esto, a los 28 años. En un circuito de jerarquías imposibles y pese a sus constantes altibajos, Muguruza se consolidaba como una de las cinco o diez mejores de su generación, que no es poco: a lo antes mencionado, hay que sumar una final en Australia, otra en Wimbledon y tres torneos WTA 1000. No solo eso, al terminar 2021 como número tres del mundo, encadenaba siete de ocho años consecutivos entre las veinte primeras del mundo.
Por supuesto, en este período ha habido momentos en los que Muguruza nos ha desesperado a todos. Momentos en los que parecía ya enfilada hacia el dominio total del circuito y que derivaban en varias derrotas seguidas, desplantes a sus entrenadores y manifiesta hostilidad ante la prensa. Sin embargo, de todos esos momentos salía más fuerte: en noviembre de 2019, bajó al número 36 del mundo… pero en enero de 2020 estaba jugando con Sofía Kenin la final del Open de Australia. En marzo de 2021, volvió a salir de las quince mejores del mundo… pero en noviembre estaba ganando las WTA Finals.
Muguruza ya tiene una carrera para recordar, una carrera de «Hall of Fame», eso que tanto interesa a los estadounidenses. Aunque no ganara nada más, lo ya hecho la coloca a la altura de las dos grandes leyendas de nuestro tenis femenino: Arantxa Sánchez-Vicario y Conchita Martínez. Con más destellos quizás que la segunda, pero muchísima menos regular. Esa falta de regularidad es lo que levanta dudas sobre su futuro, pero yo diría que conviene creer, aunque solo sea porque, más allá de Iga Swiatek, el circuito femenino sigue siendo una moneda al aire (con permiso de Ons Jabeur).
Dicho esto, hay que reconocer que lo visto en 2022 no se lo habíamos visto a Garbiñe en la vida. Las apariencias engañan porque uno mira al ranking y la ve entre las diez primeras, las quince primeras… incluso tras su retirada por problemas estomacales en la primera ronda de San Diego, Muguruza tiene casi seguro seguir en ese top 15. De momento, a la espera de lo que hagan Danielle Collins y Madison Keys, sería la decimotercera jugadora del mundo.
Eso, en el ranking de las 52 semanas, el que aún incluye su triunfo en Guadalajara. Ahora bien, si nos fijamos solo en lo que llevamos de año natural, Muguruza sería la 48ª del mundo y con pocos visos de mejora. Es muy probable que acabe el año fuera de las cincuenta primeras del mundo, algo que no sucedía desde 2013, cuando la vasca apenas llevaba dos años como profesional y acababa de salir de la adolescencia. Esto no es un bajón, es una crisis con todas las letras. Desde enero, Garbiñe ha ganado doce partidos y ha perdido diecisiete. Incluso en aquel 2013 iniciático, ganó veinte.
Está claro que Muguruza ha tocado fondo, pero también está claro que lo ha hecho con una naturalidad asombrosa. No sé si eso es bueno o es malo. No sé si quiere decir que es que ya le da igual todo o que, consciente de que este año tiene poco que ofrecerla, está ya preparando el que viene. Yo, desde luego, no estoy dispuesto a rendirme con Muguruza. ¿Volverá a ganar un grande? Es muy improbable. ¿Tendrá al menos una buena actuación en algún Wimbledon o similar? Sí, claro, ¿por qué no?
Es suficientemente joven ya la vez tiene experiencia de sobra para renacer de sus cenizas. En su caso, hablamos de una de las mejores de la historia. Lo bueno de no esperar nada ya de ella es que solo nos puede sorprender para bien. Hace tiempo que nadie se echa encima de ella para criticarle tal derrota o tal decepción. Vuela bajo el radar mientras la pobre Paula Badosa tiene que lidiar con toda la presión combinada. La vida es así, cuestión de ciclos. Veremos qué nos depara 2023 y si esto es una rendición o una tregua prolongadísima.
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