Cuando el hijo de 21 años de Rosario Ibarra de Piedra fue arrestado en un mitin antigubernamental en México en 1975, desapareció para siempre. Pasó la mayor parte de su vida buscándolo, y aunque su búsqueda no tuvo éxito, la llevó a una carrera política y a su eventual surgimiento como la figura desafiante de la asediada izquierda de México.
La señora Ibarra falleció el sábado en Monterrey, en el nororiental estado mexicano de Nuevo León. Ella tenía 95.
Su muerte fue anunciada en Twitter por su hija Rosario Piedra, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de México. La Sra. Piedra no proporcionó más información, pero calificó a su madre como “una pionera en la defensa de los derechos humanos, la paz y la democracia en México”.
La incansable búsqueda de la Sra. Ibarra de su hijo, y eventualmente de cientos y más tarde miles de otros “desaparecidos”, personas que habían sido desaparecidas, ayudó a dar origen al naciente movimiento de derechos humanos de México, que comenzó a fines de la década de 1970.
“Siempre recordaremos su amor más profundo por los niños y su solidaridad con quienes sufrieron por la desaparición de sus seres queridos”, escribió en Twitter el presidente Andrés Manuel López Obrador de México.
La señora Ibarra se convirtió en senadora, asesora política y la primera mujer en postularse a la presidencia de México, en 1982 y 1988, como candidata del entonces Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Su hijo desaparecido, Jesús Piedra Ibarra, estudiante de medicina e izquierdista acusado de pertenecer a un grupo guerrillero y de matar a un policía, desapareció en abril de 1975. Posteriormente se supo que había sido detenido, al parecer por autoridades gubernamentales, y golpeado, torturado y llevado a un campamento militar en la Ciudad de México. Los medios de comunicación lo informaron vivo por última vez en 1984. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Durante dos años, la señora Ibarra recorrió México buscándolo. Visitó a jefes de policía, políticos e incluso al entonces presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, confrontándolo en varias ocasiones para exigirle al gobierno que le devuelva a su hijo.
“No sé por qué, pero realmente tenía fe en nuestro sistema legal”, le dijo a The New York Times en 1978.
Esa fe se desvanecería. Y en 1977 la señora Ibarra, quien nunca se interesó por la política hasta que su hijo desapareció, ayudó a fundar el Comité de Defensa de los Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, conocido hoy como el Comité Eureka. Fue una de las primeras organizaciones en abanderar la causa de los desaparecidos, y en exigir información sobre ellos y amnistía para los presos políticos y exiliados.
El grupo realizó huelgas de hambre, marchas y visitas a oficinas de políticos y de Naciones Unidas. Sus actividades recibieron un amplio apoyo. La Sra. Ibarra todavía se desempeñaba como presidenta del comité cuando murió.
El gobierno negó la existencia de prisiones clandestinas que contuvieran a personas desaparecidas y argumentó que los llamados presos políticos habían sido encarcelados por delitos reales como asesinato, secuestro y robo a un banco.
Aunque la Sra. Ibarra obtuvo solo una pequeña fracción de los votos cuando se postuló para presidente, era muy conocida en todo México y se ganó el respeto de la izquierda, en gran parte debido a su autoridad moral.
“Ella no es lo suficientemente inteligente políticamente para ser una fuerza política crucial en México”, dijo Denise Dresser, politóloga mexicana, a The Times en 1994. “Pero su fuerza viene como una voz moral en asuntos políticos. Ha sido una espina en el costado del gobierno mexicano durante los últimos 20 años”.
María del Rosario Ibarra de la Garza nació el 24 de febrero de 1927 en Saltillo, en el nororiental estado mexicano de Coahuila. Su padre era ingeniero agrónomo, su madre violinista.
Estudió en Monterrey, donde conoció a su futuro esposo, Jesús Piedra Rosales. Tuvieron cuatro hijos. La información completa sobre sus sobrevivientes no estuvo disponible de inmediato.
En 2019, más de cuatro décadas después de la desaparición de su hijo, el Senado votó para otorgar a la señora Ibarra la Medalla de Honor Belisario Domínguez, el máximo galardón que otorga.
Pero ella se negó a aceptarlo. En un comunicado, dijo que no lo haría hasta que México fuera honesto sobre lo sucedido con las aproximadamente 100.000 personas desaparecidas, la mayoría desde 2006.
Como dijo en su declaración, “No quiero que mi lucha quede inconclusa”.