Fievel Is Glauque evoca visiones del bosque más activo del mundo, repleto de conejos saltando, canoas deslizándose río abajo y criaturas élficas que te dan serenatas desde matorrales y árboles. O tal vez sea un atasco en el cielo: una maraña de instrumentos de viento, guitarra, batería, teclados, sintetizadores y voces en colores pastel que hacen cosquillas como el viento que pasa por tus oídos. Lo último del dúo, Rong Weickneses su grupo de jazz progresivo en hora punta más bonito y pop hasta el momento.
Interpretado por un octeto, este álbum expande el estilo de FIG en odiseas hipercoloridas en toda regla. Su debut cultamente adorado, Los basureros de Dios enviados para arreglar el desastrefue grabado íntegramente en casete mono, lo que le confiere una encantadora atmósfera sofocante y polvorienta de ático. El seguimiento, Espadas llameantesse hizo en una sola noche, con muchas pistas pasando rápidamente en dos minutos o menos. Rong Weicknes es el resultado de que Zach Phillips, Ma Clément y sus compañeros de banda se hayan tomado más tiempo. El verano pasado, se escaparon a una bucólica granja y estudio en Catskills durante una semana, donde el grupo implementó una técnica que Phillips llama «vivir por triplicado». Colocaron tres tomas en vivo diferentes y luego, en meticulosas sesiones de postproducción, restaron fragmentos para llegar a un collage final de las actuaciones.
La idea de que restaron algo es difícil de creer, porque el producto terminado a menudo todavía suena como múltiples sesiones improvisadas superpuestas, un hervidero de locura armonizada. La forma en que se mezcla se siente casi como si estuvieran tratando de evitar que los oyentes extraigan y disciernen los componentes: ¿esa textura aguda es una viola? ¿Son esos dos instrumentos de viento de madera diferentes o solo uno doblado en octava? Hay una locura midi negra en temas como “Kayfabe”, que alcanza un clímax apocalíptico con trompetas, batería, piano y Clément estirándose hasta desaparecer en la inundación. “Dark Dancing” es un jardín cubierto de flauta, percusión y sitar gorjeante. La voz de Clément se vuelve entrecortada, un torrente de gruñidos improvisados sin aliento. Sin embargo, el desorden ecléctico es extrañamente bailable, como una bola de discoteca en la que cada pequeño espejo destella con un tono diferente de neón.
Lo que evita que el álbum se vuelva agotador es la ligereza melódica. FIG combina hábilmente locuras técnicas y complejidad vanguardista con frescura etérea. Es una versión jazzística del pop de los años 70, como los Carpenters, con una ráfaga de compás y cambios de tempo y una flexibilidad rítmica extrema. Lo más destacado “As Above So Below” provoca un paro cardíaco pero es irresistible, y realza el bombardeo de instrumentos con una línea superior que se siente como si estuvieras retozando bajo el sol. Los sucesos breves como los tornados de saxo en “It’s So Easy” desaparecen casi instantáneamente. Es un Flip-O-Rama entre momentos de forma libre cuando el equipo de jazz comienza a tocar la dulzura salvaje y de cuento de hadas de Disney.