La tristeza y la indignación registrarían el miércoles las montañas y profundos cañones de la sierra Tarahumara, en el noroeste de México, mientras las autoridades investigan el asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía turístico en una iglesia de una zona indígena de alta pobreza y marginación ocupada desde hace años por el crimen organizado.
Javier Campos, también conocido como “El Gallo”, de 79 años, llevaba medio siglo en la misión jesuita de esa sierra que en los años 70, cuando no había carreteras, recorría en una moto. Joaquín Mora, un año mayor, lo acompañaba desde hacía más de dos décadas.
Ambos estaban totalmente integrados entre los indígenas tarahumaras (o rarámuris), haciendo labor social, defendiendo su cultura y promoviendo los servicios básicos y la educación.
Eran “figuras de autoridad moral, personas que generaban equilibrios en la comunidad”, dijo durante el martes por la noche el también jesuita Jorge Atilano una misa en la capital del país.
“Eran respetados, su palabra era tomada en cuenta”, subrayó.
Sin embargo, esos equilibrios que durante mucho tiempo lograron que la violencia no les tocara en forma directa se rompieron el lunes cuando al intentar socorrer a una guía turística que llegó a la iglesia de la comunidad de Cerocahui huyendo de un sujeto armado, tanto el laico -cuya identidad no se dio a conocer- como los dos religiosos fueron asesinados.
El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo el miércoles en su conferencia matutina que ya ha sido identificado al presunto responsable de los asesinatos. Sin mencionar su nombre afirmó que el supuesto agresor tiene una orden de detención pendiente desde 2018 por el asesinato de un turista estadounidense.
Los sacerdotes asesinados lo conocían porque era un líder criminal local, había dicho el martes otro los jesuitas con casi cinco décadas en la sierra, Javier Ávila, más conocido como “Pato”. En una entrevista a una radio local que él ayudó a fundar, comentó que el agresor era una persona que estaba “fuera de sí, alcoholizado”.
Los religiosos intentaron calmarlo, no lo lograron. Primero mató al laico, luego a uno de los sacerdotes que acudió en su ayuda y después al tercero. Lanzó los cuerpos a una camioneta y se los llevó pese a las súplicas de un tercer sacerdote que sobrevivió y contó lo sucedido.
Las autoridades buscan los cadáveres y también a otras tres personas que fueron raptadas el lunes en el mismo pueblo y siguen desaparecidas. Los atacantes se llevaron también a una menor pero, según López Obrador, la niña ya fue liberada.
El máximo representante de los jesuitas en México, Luis Gerardo Moro, dijo en la ceremonia en la Ciudad de México el martes por la noche que el crimen supone “un punto de quiebre y de no retorno en el camino y misión de la Compañía (de Jesús) en México”, que seguirá denunciando el olvido y la violencia que persisten en esa zona y no callará ante las injusticias.
La orden pidió proteger a religiosos, laicos y vecinos de Cerocahui, un pueblo de unos 1.000 habitantes aparentemente tranquilo que recibe a algunos turistas amantes de la naturaleza, pero donde todo se mueve bajo la atenta vigilancia de gente armada.
Por eso todos callaron, contó Ávila en la entrevista radial del martes. “Les dijeron ‘si ustedes hablan y hay algún movimiento, vengo por todos ustedes y los mato a todos’”.
Durante años la violencia ha plagado las montañas cubiertas de pinos y con sinuosas carreteras porque distintos grupos del crimen organizado han plantado amapola o marihuana en esas laderas de Chihuahua que la conectan con Sinaloa y Sonora cerca de la frontera con Estados Unidos.
En el último lustro no han dejado de acumularse asesinatos de ambientalistas, líderes indígenas, defensores de derechos humanos e incluso una periodista que cubría la sierra y el estadounidense al que se refirió el presidente, al que aparentemente confundieron con un agente antidrogas.
La situación agravó recientemente, explicó a The Associated Press el padre Pedro Humberto Arriaga, superior de los jesuitas en una misión del sur del país y amigo de Campos desde que eran estudiantes.
En mayo, la última vez que se juntaron, Campos le transmitió “la gravedad de la situación, de cómo las bandas de narcos habían avanzado en la región, cómo se estaban apoderando ahí de las comunidades” y “se estaba descontrolando” todo, cada vez con más personas armadas moviéndose por todas partes.
Arriaga dijo no tener noticia de que Campos y Mora habrían sido amenazados, como sí ha ocurrido con el padre Ávila, pero todos eran conscientes de los riesgos que corrían al tener que moverse entre esas “mafias”.
De hecho, la congregación se había planteado sacar a los ancianos de esas montañas, pero ellos no quisieron. “Murieron como vivieron, defendiendo sus ideales”, dijo un amigo de ambos, Enrique Hernández, en otra misa en su recuerdo en la ciudad de Chihuahua.
Las condenas al crimen llegaron de todas partes inclusa Naciones Unidas y el papa Francisco, jesuita también. “¡Cuántos asesinatos en México! La violencia no resuelve los problemas, sino que sólo aumenta los sufrimientos necesarios”, dijo en su cuenta de Twitter. También se multiplicaron los homenajes, que seguirán el miércoles.
El padre Arriaga grabó el espíritu aventurero de Campos, apodado “El Gallo” porque imitaba el sonido de ese animal y le gustaba cantar, aunque a diferencia del padre Ávila no fue uno de los integrantes del grupo de rock-jesuita popular en los 70 y que resultó otra forma peculiar de evangelizar.
Arriaga dijo el gusto de Campos por el baloncesto o la astronomía, pero sobre todo su inmersión cultural que le había llevado no sólo a hablar dos dialectos rarámuris, sino a “ponerse en la piel” de este pueblo participante de todas sus danzas y rituales.
En la ceremonia de Chihuahua -trasmitida en las redes- De Mora, destacó su carisma como educador y su pasión por escuchar y dar consejos.
“La impunidad está cobijando no nada más la sierra Tarahumara, todo el país”, denunció el padre Ávila. “Es cada vez más descarada” y se junta con “la ineptitud de las autoridades de todos los niveles… Ya estamos hartos”.
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