Al principio, Gesaffelstein rezumaba tranquilidad. Sus sintetizadores rezumaban amenaza; su alias, que sonaba alemán, estaba impregnado del perfume del prestigio del techno teutónico. Al igual que los drapeados holgados de Rick Owens, el sombrío techno en cámara lenta del productor francés se sentía elegantemente cutre, como un desfile en un callejón. Pero el éxito tiene una forma de desactivar el peligro. Después de su trabajo en Kanye West Yeezus impulsó su perfil, el segundo álbum de Gesaffelstein, 2019 hiperión, venía cargado de características como Pharrell, el tipo de firma de primera categoría que la industria requiere de una estrella en ascenso. El arrogante fanfarrón tropezó.
Es difícil mantenerse firme en el techno de las mazmorras con Haim en la pista; Es difícil permanecer impasible mientras The Weeknd canta sobre joder con las luces encendidas. Donde el debut de Gesaffelstein se sintió sin esfuerzo, hiperión escaneado como el trabajo de un tipo que se esforzaba demasiado por encajar en la mesa de los niños grandes. (Resultó que Gesaffelstein, cuyo nombre real es Mike Lévy, no era inmune a la cursi: su alias pretendía calzar “Gesamtkunstwerk” en “Einstein”, como en Alfred: referencias sobrecargadas estiradas por la extralimitación juvenil en el portentoso baúl.)
GAMA, entonces, llega como una feliz sorpresa. En lugar de intentar ser tranquilo, Gesaffelstein se ha lanzado de cabeza al campo. El techno ceñudo de calidad industrial es en gran medida cosa del pasado. En su lugar, nos ofrece una amalgama de synth-pop saturado y rock'n'roll vintage. Los electro-punks de los setenta, Suicide y sus contemporáneos franceses Doctor Mix & the Remix, así como acólitos del synthabilly como Jesus and Mary Chain y Love and Rockets, son influencias obvias en los circuitos distorsionados, los arpegios palpitantes y los ritmos motorik de Gesaffelstein. El diseño de sonido de raíz analógica de Lévy siempre ha sido uno de sus puntos fuertes, y sus sintetizadores nunca han zumbado tan vigorosamente como aquí. Los filtros aúllan, los láseres disparan y la distorsión se acumula como una tetera a punto de estallar. Todo el álbum es un derroche de silenciamiento y sonido metálico.
Depeche Mode, un grupo que sabe un par de cosas sobre cómo convertir el high camp en música pop que llena estadios, proyecta una sombra aún más larga. Eso es gracias en parte a la Una gran recompensa– acentos que ensucian el disco como tantas tuercas deslustradas, tonos FM vidriosos que sugieren el ruido metálico de las cadenas. (Idea para una gran palabra de seguridad: “Yamaha DX7”). Pero se debe aún más al cantante Yan Wagner, GAMAEl único vocalista de, cuyo aceitoso barítono lubrica seis de las 11 pistas del disco. En “Hard Dreams”, su sonoro lascivo y bluesero suena como un homenaje blindado a Dave Gahan en su momento más duro con pantalones de cuero. En “The Perfect”, que hace por AI lo que “Behind the Wheel” hizo por B&D, en realidad canta la frase “behind the wheel”. Gran parte del culto a Depeche Mode es igualmente obra de Lévy: el instrumental “Tyranny” aprovecha el mismo shuffle de 6/8 que “Personal Jesus” tomó prestado de T. Rex.