Las comunidades rurales de los Andes de Colombia y Ecuador tratan de proteger los frágiles humedales de gran altitud que regulan los ciclos hídricos, en momentos en que un fuerte racionamiento de agua y energía afecta a ambos países.
Colombia y Ecuador, que dependen en gran medida de represas hidroeléctricas para obtener energía, se han visto azotados por un fuerte fenómeno de El Niño, que provocó condiciones de sequía que los científicos dicen se vieron exacerbadas por el cambio climático y la actividad humana.
Pero comunidades en los dos países, ayudadas por grupos como Conservation International, están trabajando para proteger los humedales de gran altitud, llamados páramos, y ahorrar agua, especialmente a través de esfuerzos para restaurar las plantas nativas.
La mayoría de los páramos del mundo, que regulan el ciclo del agua al absorber y liberar lentamente la lluvia, se encuentran en los Andes de Colombia, Ecuador y Perú.
«El problema de la deforestación de la Amazonía combinado con las variaciones del clima, que se están generando por el cambio climático y por la degradación de estos suelos, es lo que ha hecho que las dinámicas hídricas cambian», dijo Patricia Bejarano, directora del programa de paisajes sostenibles de alta montaña de Conservación Internacional en Bogotá.
Colombia se prepara para albergar la conferencia de Naciones Unidas sobre biodiversidad en Cali a fines de octubre. Los expertos dicen que proteger la biodiversidad es vital para combatir el cambio climático, así como para conservar el agua y asegurar el futuro de la agricultura.
La sequía ha llevado al racionamiento rotativo de agua en Bogotá, la capital de Colombia de casi 10 millones de personas, mientras que la red eléctrica de Ecuador ha sido llevada al límite, lo que provocó cortes de energía de hasta 12 horas diarias para conservar agua en las represas.
Colombia suspendió las exportaciones de electricidad a su vecino para apuntalar sus propias reservas de energía.
Trece miembros de El Tablón, una comunidad rural en las afueras de Quito, trabajan en un vivero en el páramo de Paluguillo para criar árboles de papel, una especie de polilepis, que luego son replantados.
«Son plantas nativas del páramo que nos ayudan a mantener el agua», dijo Diana Sópalo, de 29 años, quien ha trabajado durante cuatro años en el vivero del Fondo para la Protección del Agua (FONAG), el primer instrumento de este tipo creado. en el mundo.
Una fábrica de agua
Los árboles de papel, con su gran superficie, son excelentes para capturar y almacenar agua, dijo Sópalo, que agregó que durante la estación seca la especie comienza a liberar lentamente agua para reincorporarse al ciclo natural.
El vivero, dirigido por mujeres, ha plantado 40.000 árboles en el páramo de Paluguillo y está criando otros 100.000.
«Es una fábrica de agua», sentenció Sópalo.
Quito depende en su mayoría del agua que se produce en los páramos, dijo Paola Fuentes, especialista en análisis de agua del FONAG, mientras realizaba un control de las características del agua en el páramo de Alto Pita, otra fuente para la capital ecuatoriana, en las cercanías del volcán Cotopaxi.
«El agua tiene un origen en esta zona y conservar estos páramos, estos humedales es fundamental para las zonas bajas de la ciudad», explicó.
Unos 26 «guardapáramos», todas parte de las comunidades ubicadas en las inmediaciones de los páramos de Quito y parte del FONAG, trabajan para proteger y monitorear la región.
«Si los páramos estuvieran siendo afectados sin ningún tipo de control simplemente tendríamos mucha menos agua de la que tenemos ahora», explicó Galo Medina, director de The Nature Conservancy en Ecuador.
En Guatavita, Colombia, activistas locales y autoridades regionales están desarrollando planes para Vista Hermosa de Monquentiva, un área protegida dentro del páramo Chingaza, incluida la ampliación de sus fronteras.
La protección del parque y sus especies, incluidas plantas como los frailejones, famosas por su capacidad de conservar agua, es vital para mantener el agua potable y los embalses hidroeléctricos llenos, dijo Doris Ramos, de 52 años, quien trabaja en temas ambientales para la Alcaldía de Guatavita.
El parque, que alguna vez se utilizó para la ganadería, es un área protegida desde 2018 y los preciosos frailejones y otras especies han crecido lentamente en la tierra.
«Tenemos el problema de la variabilidad climática y esta área es así como la estamos recuperando y nos aporta un gran potencial hídrico (…) también es muy vulnerable para sufrir todas las consecuencias del cambio climático», dijo.
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