En Sudán, una guerra civil que estalló hace un año ha tenido consecuencias devastadoras para millones de personas. Entre ellos se encuentra Qisma Abdirahman Ali Abubaker, una madre que hace cola en silencio para recibir raciones de alimentos en el campamento de Zamzam para personas desplazadas en el norte de Darfur, lidiando con la pérdida de tres hijos a causa de las enfermedades y la desnutrición en sólo cuatro meses.
La guerra, un conflicto feroz entre el ejército y un grupo paramilitar, ha sumido al país en el caos y ha obligado a innumerables familias a abandonar sus hogares y refugiarse en campos como el de Zamzam. Este campamento, el más grande y antiguo de su tipo en Sudán, es ahora un escenario de nueva desesperación y profundo dolor cuando el conflicto entra en su segundo año.
Un informe reciente de Médicos Sin Fronteras (MSF) revela una triste realidad: al menos un niño muere cada dos horas en el campo de Zamzam. Los hallazgos de enero, compartidos exclusivamente con la BBC, muestran que tres de cada diez niños menores de cinco años padecen desnutrición aguda. La situación es igualmente grave para un tercio de las madres embarazadas y lactantes. Estas cifras sugieren una catástrofe mucho más allá del umbral de una emergencia nutricional, y apuntan a una crisis de hambre grave y generalizada.
El acceso a la región sigue siendo un desafío. A los periodistas extranjeros y a las agencias de ayuda les resulta casi imposible entrar en Darfur, y MSF es una de las pocas organizaciones humanitarias internacionales que todavía operan sobre el terreno. A pesar de las terribles circunstancias, la distribución de la ayuda se ve obstaculizada por obstáculos logísticos y burocráticos, incluido el lento procesamiento de visas y rutas bloqueadas desde el vecino Chad.
La situación en el hospital pediátrico Babiker Nahar, cerca de Zamzam, pone de relieve el colapso más amplio de los servicios sanitarios en la región. Aquí, los niños con desnutrición grave reciben tratamiento de emergencia, pero los recursos son escasos y las necesidades aumentan día a día.
En medio de estas crisis, surgen historias personales de sufrimiento y resiliencia. Qisma Abdirahman Ali Abubaker relata la desgarradora pérdida de sus hijos, que no podían pagar el tratamiento hospitalario ni los medicamentos. Su familia, como muchas en Darfur, eran pequeños agricultores cuyos medios de vida han sido diezmados por el conflicto.
La guerra no sólo ha paralizado la agricultura, sino que también ha detenido el flujo de suministros de alimentos, ya que la mayoría de las agencias de ayuda han evacuado la zona. Las RSF, el grupo paramilitar implicado en el conflicto, niega las acusaciones de saqueo de hospitales y tiendas, pero la realidad sobre el terreno habla de una grave escasez tanto de alimentos como de suministros médicos.
Mientras la comunidad internacional observa, los llamados urgentes para aumentar la ayuda humanitaria y facilitar el acceso de los trabajadores humanitarios son cada vez más fuertes. MSF tiene previsto abrir un hospital de campaña con 50 camas en Zamzam y está haciendo un llamamiento a otras organizaciones de ayuda internacional para que regresen y compartan la abrumadora carga humanitaria.
Sin una intervención internacional significativa y una simplificación de los procesos administrativos, la crisis en Darfur corre el riesgo de agravarse aún más, amenazando las vidas de muchos más niños. Mientras el mundo se enfrenta a diversos desafíos globales, la difícil situación de los niños en Darfur sigue siendo un crudo recordatorio del devastador costo humano del conflicto y la urgente necesidad de una acción compasiva y coordinada.