Para entender mejor la situación, es necesario hacer un poco de historia. Desde 1979, cuando China y EE. UU. restablecieron las relaciones diplomáticas hasta el comienzo de la administración de Donald Trump en 2017, ambos países habían manejado bien el problema de Taiwán en gran medida, y Washington prometió abstenerse de mantener relaciones oficiales y restringir la búsqueda de la independencia de Taiwán. Mientras tanto, EE. UU. continuó vendiendo armas a la isla bajo la Ley de Relaciones con Taiwán, ante lo cual China presentó fuertes protestas pero no hizo nada más.
Desde el punto de vista de China, la relativa calma sobre Taiwán se hizo añicos después de que Trump lanzó una guerra comercial contra China en 2018 y los halcones de China en la administración comenzaron a jugar la carta de Taiwán, lo que hizo que las relaciones bilaterales se dispararan.
La administración de Joe Biden continuó jugando la carta de Taiwán cuando legisladores de alto nivel, incluida la entonces presidenta del Congreso de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, y legisladores de Europa, visitaron Taipei y se reunieron con el presidente taiwanés y otros líderes.
Para Beijing, esas visitas fueron una clara violación de los acuerdos bilaterales. Biden enturbió aún más las aguas al hablar al menos cuatro veces sobre la defensa de Taiwán e insistir en que Estados Unidos no apoya su independencia.
Además, en los últimos años, EE. UU. ha logrado internacionalizar el tema de Taiwán, que Pekín considera un asunto interno. Estos desarrollos, en opinión de Beijing, han galvanizado el movimiento a favor de la independencia en Taiwán.
Por lo tanto, la retórica y los ejercicios militares más febriles de Beijing tienen como objetivo disuadir al campo pro-independencia.
Si las encuestas sirven de guía, el vicepresidente taiwanés William Lai Ching-te, quien una vez se llamó a sí mismo un “trabajador pragmático por la independencia de Taiwán”, es el favorito para convertirse en presidente en las elecciones programadas para enero próximo.