Días antes de que el ciclón Freddy azotara Mozambique por segunda vez el 11 de marzo, autos con megáfonos recorrían las calles de la ciudad portuaria de Quelimane advirtiendo a los residentes que se trasladaran a refugios en terrenos más altos con provisiones de alimentos y agua.
La mayoría de la gente prestó atención a las advertencias, sabiendo por amarga experiencia el daño que podrían causar tales tormentas: 600 personas murieron en el ciclón Idai en 2019.
“Las autoridades locales se acercaron a mi vecindario para alertarnos del peligro inminente. Tocaron el silbato”, recordó Amelia Antonio, residente de Quelimane, de 31 años.
Esos preparativos ayudaron a salvar vidas en una de las tormentas más fuertes que jamás haya azotado África.
Mozambique ha registrado hasta ahora 76 muertes, una cifra relativamente baja en comparación con desastres anteriores.
La tormenta fue mucho más letal en la vecina Malawi, donde al menos 447 personas murieron cuando Freddy atravesó el extremo sur del país e inundó el principal centro comercial de Blantyre.
Allí, las advertencias eran incoherentes y a menudo desatendidas por los residentes, muchos de los cuales dijeron Reuters no sabían adónde ir si salían de sus casas.