En una cama del Hospital Notre Dame des Apotres en la capital N’Djamena, Fatimà Mahamat Idriss, de 28 años, alimenta a su demacrado niño pequeño a través de un tubo de alimentación.
Cuando la cosecha falló, su esposo buscó trabajo en una mina de oro en el norte, sin dejar comida para ella y sus tres hijos.
“Estaba perdiendo mucho peso y se estaba debilitando cada vez más”. explica Fatimà Mahamat Idriss “Ahora que está en el hospital, está mucho mejor. ”
Fatimà está lejos de ser la única madre que se enfrenta a esta situación. Según Alex Togyangue, jefe de administración de la unidad de nutrición, este año ya han sido hospitalizados 1 700 niños, más que los dos años anteriores.
La grave sequía seguida de las peores inundaciones en 30 años ha provocado un aumento vertiginoso de los precios de los alimentos y ha dejado un récord de 2,1 millones de personas en Chad con hambre aguda, según agencias de las Naciones Unidas.
Como resultado del desastre climático, el 10% de todos los niños menores de cinco años están afectados por desnutrición aguda, y uno de cada tres sufrirá retraso en el crecimiento, dijo el fondo de las Naciones Unidas para la infancia. No es sólo su crecimiento físico el que se ve afectado.
“Cuando un niño está en estado de desnutrición, hay una disminución en sus capacidades cognitivas, por lo que influye directamente en su rentabilidad tanto académica como económica”, dice el Dr. Appolinaire Dotenan, médico que trata la desnutrición.
Si la situación no mejora, toda una generación en Chad verá comprometido su futuro a causa de la desnutrición.