Se suponía que el acuerdo de paz de Colombia, firmado en 2016 por el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, marcaría el comienzo de una nueva era de paz en una nación que había soportado más de cinco décadas de guerra. El trato era que los rebeldes depondrían las armas, mientras que el gobierno inundaría las zonas de conflicto con oportunidades laborales, aliviando la pobreza y la desigualdad que habían iniciado la guerra.
Pero en muchos lugares, el gobierno nunca llegó. En cambio, muchas partes de la Colombia rural han visto un retorno a los asesinatos, desplazamientos y violencia que, en algunas regiones, ahora es tan malo o peor que antes del acuerdo.
Masacres y asesinatos de defensores de derechos humanos se han disparado desde 2016, según las Naciones Unidas. Y el desplazamiento sigue siendo sorprendentemente alto, con 147.000 personas obligadas a huir de sus hogares solo el año pasado, según datos del gobierno.
No es porque las FARC, como fuerza de combate organizada, hayan regresado. Más bien, el vacío territorial dejado por la vieja insurgencia y la ausencia de muchas reformas gubernamentales prometidas ha desatado un pantano criminal a medida que se forman nuevos grupos y mutan los viejos, en una batalla por controlar las florecientes economías ilícitas.
Los críticos dicen que este nuevo ciclo de violencia está siendo alimentado en parte por la falta de compromiso del gobierno con los programas del acuerdo de paz. Y sofocar la creciente inseguridad será una de las tareas más importantes y difíciles para el próximo presidente del país.
El actual presidente de Colombia, Iván Duque, ha señalado que un tercio de las disposiciones del acuerdo de paz ya se han implementado por completo, lo que pone al país en camino de completar el acuerdo dentro de su mandato de 15 años. Pero dejará el cargo este agosto siguiente índices de aprobación en picada que muchos dicen que refleja tanto preocupaciones de seguridad como una creciente frustración con la continua falta de empleos con salarios decentes.
“Este gobierno ha desperdiciado la oportunidad del acuerdo”, dijo Marco Romero, director de Codhes, un grupo de derechos humanos, calificando el nivel actual de violencia como “escandaloso”.
Algunos expertos en seguridad advierten que si la próxima administración no asume un papel más importante en frenar estas milicias y cumplir las promesas del acuerdo, el país podría encaminarse hacia un estado que se parece más a México —devastado por bandas de narcotraficantes que compiten por territorio— que La Colombia de los 2000.
“Es un largo camino por recorrer para volver a 2002”, dijo Adam Isacson, director de supervisión de defensa de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos, refiriéndose al recuento de bajas durante uno de los peores años de la guerra. “Pero estamos en ese camino en este momento”.